Un día la arcilla nos confesó que la tenía sin cuidado nuestro afán, que nos inventamos un mundo más rápido y acelerado para hacer competir los egos y las expectativas y que no nos estábamos dando cuenta, pero de alguna manera, siempre perdíamos. “Es un juego donde nadie gana», nos dijo. Hablar con la cerámica es difícil porque siempre nos dice lo que no queremos escuchar, lo que nos da rabia o lo que nos da miedo. Es descaradamente sincera porque es increíblemente sabia. Lo bello y lo bueno de todo es que siempre atiende, recibe el calor de las manos, lo encapsula y lo usa para hacerse resistente; recibe la humedad y la agradece siendo flexible y maleable; recibe el aire y lo sortea, haciéndose suave y firme. Lo bello y lo difícil es que no siempre nos gustan las respuestas. A veces encapsula tanto el calor que tiene que separarse y fisurarse para procesarlo por partes; otras, se hace demasiado sensible y se vuelve algodón cuando el agua llega con demasiada fuerza, aunque siempre intenta contenerla y no lo reconoce, pero el agua es el único elemento que puede destruirla completamente; Las respuestas más incómodas son sin duda, las que salen en forma de rotura por dejar aire en su interior, claro está, por nuestra culpa, pero la arcilla no advierte porque prefiere que aprendamos por nuestro propio azar.
Entendimos, después de mucho discutir con ella, que, si queríamos que sus respuestas cambiaran, teníamos que hacerle mejor nuestras preguntas. Y para eso, teníamos que conocerla mejor, sentirla, palparla, olerla, jugar con ella, dejarla reaccionar libremente sin forzarla y ella empezó a ceder más y mejor ante nuestros gestos. Como en toda relación de intercambio, negociamos con ella. Es nuestra mamá protectora, la amiga cómplice y la maestra que corrige y pone límites. Nos ha permitido un mundo de infinitas posibilidades con una sola condición: respetar sus ritmos y confiar en sus reacciones naturales y espontáneas. Nos dimos cuenta que ella quería ser tan protagonista como las manos que la estaban formando, que no quería ser convertida en un cúmulo de objetos sin sentido que luego terminarían rompiéndose y volviéndose basura; que quería que le diéramos voz. Todos los días discutimos, seguimos siendo tercas, cada una desde su posición, pero hemos podido hablarlo en calma y resignificar las fisuras de los platos y pocillos no como gritos, si no como pequeñas advertencias de algún momento de acelere o de descuido. Hemos aprendido a cuidarla con cada pulida y con cada pincelada, y ella lo ha devuelto a través de la gente que la aprecia y la usa. Hemos aprendido a cuidarnos mutuamente y esa ha sido la revelación más grande que nos ha dado el oficio.
Hablar con la cerámica y cuidarla, como premisa y espejo para hablarnos y cuidarnos.